Mr. Babalú
La voz de un ritual, su propia vida… una mezcla de misterio, tragedia y aventura.
Por Julieta Parra
Bautizado como Miguel Ángel Lázaro Zacarías Izquierdo Valdés, este enigmático artista nació el 6 de septiembre de 1912 en la casa con el número 14 del Callejón de Velazco entre Picota y Fundición, en San Isidro, un barrio de la Habana Vieja con mucha historia: allí nació José Martí, vivió y fue asesinado el más famoso proxeneta de La Habana, Alberto Yarini, y estuvo, en la casa del artista plástico Luis Manuel Otero Alcántara, la sede del anticastrista Movimiento San Isidro.
Cuando Miguelito tenía tres años, junto a sus cinco hermanas, fue llevado por su madre y su abuela a vivir al Pasaje Aurora, en la barriada de Cayo Hueso, en Centro Habana, donde pasaría su infancia su juventud.
Ciertamente Miguelito no era blanco, sino mestizo, pero, como decían en Cuba, era un mulato de “pelo bueno”. Este corpulento mestizo, jaranero y amistoso, que no toleraba insultos y era capaz de liarse a golpes con cualquiera que lo ofendiese, Llegó a convertirse en un sonero excepcional, se inició con “El Sexteto Jóvenes del Cayo”, pasó por el “Sexteto Occidente”, la Orquesta Casino de la Playa”, la Orquesta Habana Riverside”, la Orquesta de Xavier Cugat”, “Machito y sus Afro Cubans” y tuvo también su propia Orquesta.
El barrio de Cayo Hueso, cuna de muchos santeros, paleros y abakuás, nutrió la carrera musical de Miguelito Valdés por eso su estilo único, su voz dispuesta casi que para un ritual. A unos cincuenta metros de su casa, en el solar El África, vivía su gran amigo, casi un hermano, el tamborero Chano Pozo, Miguelito Valdés fue fundamental en la meteórica trayectoria del Chano para la historia de la música.
El primer oficio de Miguelito fue mecánico automotriz. Luego incursionó en el boxeo amateur, donde obtuvo algunos triunfos, pero fue la música su gran pasión y en donde sin duda dio sus golpes infalibles, donde pegó realmente duro. Tocaba, guitarra, piano, contrabajo, batería, clarinete, y su instrumento emblema como showman, la tumbadora.
Se inició profesionalmente en la música con el Sexteto Habanero Juvenil, en 1923, de donde pasó en 1931 al Sexteto Jóvenes del Cayo. Su primera actuación fuera de Cuba fue en Panamá en 1936. Cuando regresó a La Habana vino casado con Vera Elizabeth Eskildsen Tejada, hija de un diplomático belga, con quien tuvo un hijo: Juan Miguel. Este matrimonio se disolvió en 1944, por ella considerar que no era bien atendida por esposo debido a sus contratos artísticos.
Miguelito Valdés se incorporó a la orquesta de los Hermanos Castro, y luego a la orquesta Casino de la Playa, con la cual realizaría sus primeras seis grabaciones para la firma discográfica RCA Victor. De ellas, destaca la composición del tresero Arsenio Rodríguez, “Bruca Maniguá”. Su paso por Casino de la Playa fue fundamental para proyectar su popularidad.
El Afro-Son que interpretaba Miguelito Valdés gustaba tanto a negros como a blancos y trascendió internacionalmente. Fue él con sus composiciones quien popularizó el ritmo de la conga tanto en Cuba como en el exterior. En gran medida ello se debió a los arreglos realizados por su amigo el pianista Anselmo Sacasas.
El gran salto a la fama lo obtuvo Miguelito Valdés a partir de establecerse en los Estados Unidos en 1940, desde donde viajaría a otros muchos países del mundo con orquestas como la de Xavier Cugat y la suya propia.
Su pieza musical más antológica y distintiva fue “Babalú”, de Margarita Lecuona, que grabara en 1939. La interpretación que hace de ella por el atropellamiento de las palabras, y el dominio de la dicción al apresurar largas frases, es algo sin igual que lo hizo fascinante, casi transformó a Miguelito Valdés en una figura electrizante, el tema fue un éxito arrollador que enloquecía a todo público, a ricos y pobres, a obreros y diplomáticos y fue justamente, el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, gran admirador de la canción y de la interpretación tan particular de Valdés, quien le otorgó el seudónimo de Mr. Babalù, como reporta Cubanet.
Pero su insólito final no es menos emocionante que toda su trayectoria, fue casi de película, como el desenlace trágico de una novela, que mezclaba, misterio, fama y aventuras “¡Perdón, señores!”, exclamó Miguelito Valdés con la angustia barnizada en el rostro. Soltó el micrófono y, obedeciendo a sus instintos, se llevó las manos al pecho. En forma desesperada trató de desabotonarse la camisa. Esbozó una expresión ininteligible, le dio la espalda al público y quiso abandonar el escenario, pero cayó aparatosamente. Todo ocurrió en fracciones de segundo. A las pocas horas, las agencias de prensa le informaban al mundo que, víctima de un ataque cardíaco, el rey de las melodías afro, de las rumbas y de las guarachas, había dejado de existir en pleno concierto, mientras cantaba. Fragmentos de la crónica escrita hace años por el periodista Fausto Pérez Villarreal. Su lamentable partida tuvo lugar en el Hotel Tequendama, de Bogotá, Colombia, este amado país en donde irónicamente varios genios de la música vinieron a morir.
A Mr. Babalù la muerte lo sorprendió en lo suyo, dejando un legado bastante amplio, una discografía que alcanza 101 grabaciones en Cuba, 375 en varios países y 20 a dúo con otros intérpretes, para un total de 496 canciones
Miguelito Valdés, fue sepultado en México gracias a los buenos oficios de Celia Cruz y Celio González.
Fuentes:
worldwidecubanmusic.com, teleSURtv.net, Cubanet.