Sentados en primera fila, un grupo de hombres acompaña con campanas de percusión la música caribeña que sale de un gran altavoz, mientras van sumándose parejas para bailar a orillas del Sena en París. A lo lejos, se escucha un tango.
Desde hace más de 20 años, cientos de personas se reúnen cada fin de semana de verano no muy lejos de la catedral de Notre Dame para bailar. Al lugar acuden aficionados, profesionales y curiosos, seducidos por un ambiente animado y una gran presencia latinoamericana.
«Te hace recordar a tu país», asegura Mónica Campos, una peruana de 34 años, entre dos canciones de salsa. Es la tercera vez que viene porque «le gusta mucho bailar», explica agitada.
A su lado, una mujer vende a gritos cervezas y porciones de arroz chaufa. Otras personas se acercan al público mientras cae la noche, y aprovechan para venderles empanadas de carne.
El lugar está dividido en cuatro semicírculos con gradas de hormigón parecidos a pequeños anfiteatros romanos y separados por varios metros. La música, distinta en cada uno, es programada por personas que se turnan y se conocen por ser parte de las mismas asociaciones o dar clases de baile. De vez en cuando, pasan una cajita para recaudar dinero.
Este año, las autoridades indican haber concedido autorizaciones a diez de estas asociaciones para llevar a cabo actividades de jueves a domingo y hasta finales de agosto. También se deben declarar a la policía, señalan las fuerzas de seguridad a la AFP.
Miguel De Medeiros, de 62 años, viene desde 2013. Es un apasionado de la «música cubana» que según él se escucha mucho en Benín, su país de origen. Esta noche, su lista de reproducción incluye algunos temas del músico cubano Pablo Milanés y del venezolano Óscar D’ León.
– Recién llegados de Colombia –
En la pista está Daniela Orozco, una colombiana de 25 años que llegó a Francia hace cinco meses debido a la «mala situación económica» que vive su país. Ha venido con un grupo de amigas que coinciden en lo bueno del «ambiente» y de la «convivencia».
José Contreras, un bogotano de 50 años, también lleva poco en París, apenas tres meses. Aprovecha la ocasión para conocer a algunos de sus compatriotas que como él, decidieron quedarse, y pedirles ayuda para «encontrar trabajo».
El lugar reúne tanto a franceses como latinoamericanos. Y mientras la mayoría se apiña alrededor de las pistas de baile, algunos grupos se forman cerca de bocinas más pequeñas. En una de ellas suena música de banda mexicana. En otra, más salsa.
Pero ninguna atrae tanto como los altavoces de las gradas. Carlos Gómez, otro colombiano de 39 años que viene «todos los fines de semana», marca el ritmo con una campana. A su lado, su amigo francés espera que le den permiso para tocar los timbales.
– Contrastes –
Unos metros más lejos, el ambiente de fiesta se desvanece y una mujer calza sus tacones negros. El escenario acoge a personas apasionadas por el tango. Esta danza lleva años teniendo éxito entre los parisinos, que se reúnen en lugares emblemáticos como la explanada de la Ópera o los jardines de la Torre Eiffel para bailarla.
Edwin Oursel, un francés de 31 años, baja de las gradas y empieza a bailar con una amiga. Tomó clases durante dos años. «El hecho de estar cerca del agua tiene su encanto. Pero también me gusta este lugar porque puedes cambiar y bailar salsa al lado», dice.
De la música se encarga esta vez Eric Moquard, de 55 años. Le gusta que haya contrastes entre cada canción. Sintoniza tangos más tradicionales con otros más modernos. «Si veo que la gente no baila bien, considero que es mi culpa, significa que no he puesto la música correcta», señala.
Programa los próximos temas a través de su móvil, que conecta con unos grandes altavoces. Y durante un instante, decide unirse a los bailarines y disfrutar de la música.
FUENTE: LA NACION