En el amor y en los negocios todo está permitido. Esta es la historia de dos sellos históricos: Alegre y Fania, y del auge y caída de sus creadores.
Por José Arteaga
Alberto Santiago Álvarez, conocido simplemente como Al, había sido músico y tendero durante la mayor parte de su vida, de modo que a nadie le extrañó que en noviembre de 1955 abriera un almacén en el 852 de Westchester Avenue, en el South Bronx, a escasos 50 metros de la tradicional Casa Hernández. Como el local había sido antes una tienda de empeño, no tuvo que acondicionarla mucho; y como uno de los locales de la zona entró en liquidación, Santiago se quedó con todo su stock y comenzó a vender discos de música latina en su flamante Casalegre.
Pero el camino mostrado por Rafael y Victoria Hernández en el mundo musical no se limitaba a atender detrás de un mostrador. El verdadero negocio de ese y otros locales parecidos era la representación artística, pues una tienda de música servía de enlace entre agentes, productores, salones de baile y músicos que preferían hacer sus acuerdos según las normas de la vieja escuela: con un estrechón de manos y mirándose a los ojos. Así marcharon las cosas a lo largo de casi un año, hasta que Al conoció a Ben Perlman.
Miembro de la comunidad judía del Bronx y conocido de Sidney Siegel y George Goldner, Perlman le propuso a Santiago crear una casa disquera y canalizar ese mundo de encuentros esporádicos en su propio beneficio. Perlman puso el dinero y Santiago su talento para crear en 1956 el sello Alegre Recording Corporation.
Al principio sus grabaciones estaban enfocadas, como las de sus colegas, hacia el nostálgico público puertorriqueño de grandes necesidades anímicas y pocos recursos económicos. Así que Alegre hizo una sucesión de discos de 78 rpm porque eran baratos tanto en su fabricación como en su venta. Pero en 1960, cuando la moda de la pachanga lo había inundado todo y el recién inaugurado club Triton de Southern Boulevard era el after de moda, Santiago descubrió a dos personas fundamentales en su vida: Johnny Pacheco y Charlie Palmieri.
Tanto Palmieri como Pacheco tenían un interés común en el sonido de charanga y habían conformado la Charanga Duboney, pero cuando mayor era su éxito Pacheco se fue, organizó su propia charanga, siguió tocando en el Triton Club, inauguró el “pasito” Bronx-hop y creó una moda bailable sin precedentes. Johnny Pacheco se convertía así en el gran animador de las noches de los martes en el Triton, mientras Charlie Palmieri surgía como el nuevo rey de la pachanga, y por ende, de la música latina, las noches de los miércoles en otro club de fama, el Caravana.
Al Santiago no lo dudó. Fue primero por Pacheco para grabarle un primer disco con el nombre su banda, Pacheco y su Charanga, un hit que, sin embargo, no resultó fácil de promover. El sencillo promocional se grabó antes del álbum y tenía El Güiro de Macorina por la cara A y Óyeme Mulata por la cara B. El propio Pacheco lo llevó por varias emisoras de radio, pero en la única que aceptaron tocarlo fue en la WOV Broadcasting, que estaba en plan promocional pues acababa de cambiar su razón social por Radio WADO y quería apostar por la comunidad latina. Su locutor estrella era un tipo de una voz impecable llamado Rafael Font. Y tan pronto comenzó a sonar, empezaron las llamadas. ¿Dónde puedo conseguir ese disco? Un verdadero fenómeno radial. El contrato de Pacheco con Alegre y Al Santiago ya fue mucho más fácil y de ese disco se vendieron 100.000 copias en seis meses.
Johnny Pacheco consagró al sello Alegre y lo convirtió en el número uno de la música latina en Nueva York. Pacheco y su Charanga grabarían en un lapso de tres años cinco álbumes a cual más exitoso. Pacheco dependía de Santiago para incrementar su fama y Santiago dependía de Pacheco para darse a conocer en el agitado mundo de las discográficas latinas. A tanto llegó la dependencia que Alegre pasó sus oficina al 1045 de Southern Boulevard, a escasas cuatro calles del Triton.
Pero entonces la moda de la pachanga pasó, el Triton cambió su abanico musical y el Caravana cerró sus puertas cambiando su nombre por Bronx Casino. Santiago y Palmieri, que se habían convertido en amigos íntimos, dieron inicio a un nuevo proyecto, la Alegre All Stars, reunión de los mejores músicos de la firma ahora convertida en líder de las disqueras latinas de Nueva York. Kako, Mon Rivera, Eddie Palmieri, Dioris Valladares, todos querían estar en Alegre y grabar en Alegre. Para ser rigurosos, en realidad grababan en los Bell Sound Studios, pero el slogan era contundente: “Para una fiesta ALEGRE, los discos ALEGRE de la marca ALEGRE”.
Todos los músicos que fueron estrellas en aquel tiempo coinciden en afirmar que estaban contagiados por la locura de Al Santiago, que querían un poco de ella. Orlando Marín dice “Se te Quemó la Casa salió milagrosamente bien en todo…, pero ya el segundo disco ya no tuvo tanta fuerza y así… Años más tarde tuvimos que parar de grabar para Alegre, o si no estuviéramos ahí todavía”. Y es que resultaba muy complicado sostener una firma cuando los gastos de producción, debido a esas locuras de Al, eran superiores a lo que dejaban las ventas. Y eso que, según sus palabras, “hacer un disco en aquellos días costaba 90 centavos”.
Es famosa la anécdota de Bobby Marín citada en el especial The House That Al Built: “Kako y él (Al Santiago) fueron multados por montar a caballo en plena calle 42 para ir al estudio. Al parecer, Al quería incluir un auténtico relincho en el tema de Pacheco A Caballo y no sabía que ese sonido estaba incluido en el archivo de cintas del estudio”.
Precisamente Pacheco, cansado de ver como Santiago se entregaba de lleno a nuevos proyectos artísticos, pero no hacía nada por hacer crecer la compañía económicamente, se fue. Santiago reconocería años después en el portal Herencia Latina que otra de las causas de la marcha de Pacheco fue el haberle dado la dirección de la Alegre All Stars a Charlie Palmieri, pasando el artista dominicano a un modesto segundo plano cuando era el músico más popular y vendedor, con diferencia, del sello Alegre. Lo cierto, de todas formas, es que el flautista iniciaría una carrera por su cuenta a finales de 1963.
Esta circunstancia nos permite retroceder unos meses en el tiempo e ir a una fiesta playera en una terraza de Long Island en el verano de aquel año. Entre los invitados se encontraban Pacheco y un abogado de Brooklyn de ascendencia italiana llamado Jerry Masucci. El anfitrión los presentó y estos hablaron, pero no entraron en detalles, de modo que no se mencionó para nada el tema de la música. Algunas semanas más tarde, volvieron a encontrase en el grill del gigantesco Hotel Taft en Times Square, pues allí se organizaban batallas de bandas y fiestas latinas cada 15 días todos los sábados.
Masucci se llevó una sorpresa al descubrir que Pacheco era un músico famoso, pero curiosamente tampoco esa noche hablaron de música, sino que se concentraron en los trámites del divorcio del artista, pues Pacheco contrató a Masucci como su abogado.
Tras hacer buenas migas y llevar su divorcio, Jerry Masucci se convirtió en un habitual de las fiestas en las que tocaba Johnny Pacheco. Se hicieron buenos amigos y Masucci fue una de las primeras personas en saber que Pacheco había dejado Alegre Records. “Quiero montar mi propia compañía de discos”, le dijo. Masucci, ni corto ni perezoso, le preguntó si necesitaba asesoría legal, “Pues si, respondió el flautista. Necesito un abogado para tramitar la licencia… y dinero, que no hay”.
Jerry Masucci confesaría tiempo después que lo primero que hizo al día siguiente fue buscar fábricas de vinilos e imprentas de carátulas en las páginas amarillas de la ciudad. Las llamó a todas y se empezó a empapar del negocio. 2.500 dólares, fruto de un préstamo bancario, sirvieron para sentar las bases de Fania Records y grabar como primera producción Mi Nuevo Tumbao… Cañonazo.
De inmediato se abrieron dos frentes: La comercialización del álbum, lo cual fue un trabajo más dispendioso que la propia grabación. Masucci se dedicó a llenar de regalos y visitar asiduamente a los dj’s importantes de la radio como Dick Sugar y Symphony Sid, y algunos le hicieron caso y otros no. Pacheco, por su parte, repartía copias del disco por toda Nueva York, incluyendo la famosa Record Mart de Jesse Moskowitz en la estación de metro de Times Square. Y los músicos de Pacheco, incluyendo a su cantante estrella Pete El Conde Rodríguez (aunque todavía no era Conde), ayudaban promoviendo su venta durante los conciertos.
Y así comenzó todo. A Cañonazo le seguiría Pacheco At The NY World’s Fair, con motivo de la feria mundial que se celebraba en Flushing Meadows, y donde se aprovechó la circunstancia y se promovió la nueva firma. Pero para Masucci, desde el primer momento, lo importante, aparte de vender, era crear una imagen fresca y juvenil distanciada de otras casas disqueras. Por eso convenció a Pacheco de cambiar radicalmente su look y alejarse de su imagen de artista Made in Alegre Records. Así nació, entre otras razones, el formato de sonora en lugar del de charanga.
Luego siguieron los fichajes: Larry Harlow, Ray Barretto, Willie Colón, Bobby Valentín, Roberto Roena… la base del futuro imperio. Y también algunos intentos por coger viejas fórmulas (Alegre All Stars y Tico All Stars) y convertirlas en centro de atracción para un público joven. Así nació el concierto de la Fania All Stars en el Red Garter de Greenwich Village, y así surgió la intención de Masucci de darle una línea de acción a Fania Records más cercana al soul y al rhythm & blues, una especie de Motown latina que finalmente no acabó de funcionar.
De todas maneras, de haber seguido por ese camino Fania Records se habría convertido en una gran casa discográfica, posiblemente habría llegado a ser la más importante del mundo latino. Su hermano Alex está convencido de que lo habría logrado tarde o temprano pues Jerry tenía talento, recursos y ambición. ¿Pero de allí a construir un fenómeno como lo fue? Esas ya son palabras mayores. ¿Cómo lo consiguió? Pues curiosamente en una jornada mítica: Woodstock.
El Festival de Woodstock, celebrado entre el 15 y el 18 de agosto de 1969 fue uno de los hechos culturales más relevantes del siglo XX, en gran medida por el lema Peace & Love que representaba los ideales del movimiento hippie y el rechazo a la guerra de Vietnam. Woodstock Music and Art Fair es un símbolo del rock, de la canción protesta, del folk y de lo que más tarde se llamaría Indie. Woodstock está también asociado a dos estrellas de la música que murieron un año después: Janis Joplin y Jimmy Hendrix… Woodstock se celebró en Bethel, un poblado del condado de Sullivan, estado de Nueva York. 500.000 personas estuvieron ese verano del 69 en la granja de Max Yasgur para celebrar los Tres Días de Paz y Música.
Acompañado de Larry Harlow e Izzy Sanabria, Masucci asistió a Woodstock, atraído por un evento del que todo el mundo hablaba en las calles. Era sin duda un macroconcierto que se podría analizar desde diferentes ópticas, y la de Masucci era la del empresario que no estaba del todo conforme sólo con su actividad en un despacho y una secretaria en Manhattan. Quería apuntar a la escena de los conciertos, a las grandes cifras que manejaba el rock, quería que sus artistas, y por ende su sello, alcanzaran ese nivel de estrellato superlativo. Y lo que vio lo deslumbró.
Gigantescos andamios de metal sostenían enormes bafles para que la música alcanzara esa vasta extensión de terreno. Y estaba aquella marea humana, y aquella jornada de lluvia y fango, y aquella locura, y el desfile de artistas: Carlos Santana; The Who; Joe Cocker; Crosby, Still, Nash & Young, y demás iluminados por enormes spots. Así quería ver a las estrellas de Fania. Y aunque fue el abrebocas de su sueño (el concierto del Cheetah en el 71) el que quedaría para siempre en la memoria colectiva, fue el show del Yankee Stadium en 1973 el que marcó un antes y un después en la consagración de Fania Records como la etiqueta de las etiquetas en la música latina… Y eso que el concierto del Yankee acabó en caos total.
En gran medida el fenómeno Fania también está asociado a la palabra salsa, término designador de una expresión musical diversa y variada, una fuerza sonora contemporánea que identificó, en el momento de su uso generalizado a partir de 1973, a una comunidad latina y caribeña gigantesca.
La palabra salsa, sin importar de donde vino y cómo se utilizó antes; y más allá de la incomodidad que despertó el nombre entre los músicos cubanos de la vieja escuela, sirvió para simbolizar un sonido y una idea, y se afianzó en la memoria popular de forma inmediata. Masucci sacó partido de ello mostrándole al mundo que Fania era salsa y viceversa; y que la salsa, sin ser un ritmo, abarcaba todos los ritmos afrocaribeños que durante décadas habían promocionado todas las casas discográficas latinas de Nueva York.
En los años siguientes Jerry Masucci tendió la mayor posibilidad de redes para inyectar de sonido Fania a Estados Unidos: reemplazó a Izzy Sanabria por Ron Levine como diseñador para darle un aire rockero moderno a los productos de la compañía, financió un ambicioso documental titulado Salsa que intentaba recoger todos los aspectos de la cultura musical latina en USA, firmó un acuerdo con la CBS para la distribución de sus productos e intercambio de artistas, creó una línea de ropa, y vendió licencias a todos los países de habla hispana.
Y mientras eso sucedía, fue comprando cuanto sello disquero se le cruzó por delante. Cotique, flamante proyecto de nuestro viejo conocido George Goldner tras sus negocios con Roulette (ver parte 1) fue uno de los primeros en caer. Inca Records, de los empresarios puertorriqueños Jorge Valdés y Pedro Pai, fue el siguiente. Luego le tocó el turno al mismísimo Morris Levy.
En 1971 el hasta entonces gran capo de la música latina había puesto sus ojos en la distribución de música y había creado para ello la cadena de tiendas Strawberries. Masucci, quien conocía a Levy desde 1968 cuando firmó un contrato para Fania con Joe Bataan (en ese entonces la estrella de moda), le propuso a su colega que ampliaran ese negocio juntando los productos de ambas compañías. Y funcionó. La responsabilidad de la distribución nacional recayó en Miguel Estivill, mientras Levy y Masucci estrechaban lazos, llegando a ser este último el abogado personal del primero.
Ese mismo año Masucci inició una paulatina labor de “ablandamiento” para que Levy le vendiera sus sellos latinos. La negociación se sellaría oficialmente a finales de 1974, cuando Masucci ya había creados dos firmas más: International, llamado en sus comienzos Fania International por ser el departamento de la compañía para manejar sus relaciones editoriales fuera de Estados Unidos. Y Vaya, una filial de comercialización en la que entraron como socios Larry Harlow, Alex Masucci y Leon Gast, y a quienes luego Jerry les compró su parte.
International fue gerenciado por el propio Jerry Masucci con ayuda de José Florez y Jorge Beillard; y Vaya tuvo como primer gerente y productor ejecutivo a Harvey Averne. Luego pasó a manos de Alex Masucci.
¿Y qué pasó con Al Santiago?
Para esto hay que remontarnos a 1966, un año en el que Alegre Records llevaba tres en números rojos. La situación era aún más insostenible si se tiene en cuenta que Santiago era bipolar y esta enfermedad había derivado en narcolepsia. Cuando entraba en depresión llegaban las crisis de sueño súbitas e incontrolables. Al Santiago tocó fondo, según contó Charlie Palmieri en una entrevista en Bogotá, “cuando la señora de él salió con el mejor amigo de él, y entonces se volvió medio loco. Y entonces no le importaba más nada, y botó el dinero, se fue para Puerto Rico y compró carros y demás, botó el dinero y la compañía Alegre Records le fue forzada a venderla”.
Morris Levy, por supuesto, fue el comprador, ¿quién si no? Y aunque los contactos comenzaron en el 64, el acuerdo se firmó en 1966 tanto para Alegre como para su filial Futura Records. Ambas pasaron a ser una división de Branston Music que funcionaba en el 1631 de Broadway Avenue, y luego una división de Roulette en las mismas oficinas. Santiago fue contratado como productor de la fusión Tico-Alegre, teniendo el mismo destino de George Goldner: de dueño a empleado.
Así que cuando Jerry Masucci adquirió para Fania el catálogo latino de Morris Levy, adquirió Tico, Alegre y una firma de origen también judío que sólo brilló a comienzos de los 60, Mardi-Gras Records, sello que funcionaba en el 424 West de la calle 49 y que se había especializado en grabar a los artistas que tocaban en los hoteles y balnearios de las Montañas Caskills. Entre ellos, Joe Cuba, La Playa Sextet, Al Castellanos, Johnny Conquet, Dominica y su Conjunto, y Sonny Rossi. Fania lo había conseguido todo.
El final de esta historia no es una moraleja, pero casi.
Morris Levy murió en 1990 en su casa de campo de 500 hectáreas en Ghent, condado de Columbia, cuando pesaba sobre él una orden de arresto y una posible condena de 10 años por estafa y concierto para delinquir. Un año atrás había vendido sus acciones de Strawberries en 40 millones de dólares.
Jerry Masucci falleció en 1997 durante una intervención quirúrgica en Buenos Aires. Era presidente honorario de Fania, una firma regentada entonces por Víctor Gallo y que vivía de las licencias, tras sortear infinidad de demandas de sus músicos por regalías no pagadas.
George Goldner murió repentinamente de un ataque cardíaco en Nueva York en 1970. Tenía 52 años.
Al Santiago falleció en 1996 en una clínica de Peekskill, condado de Westchester. Tenía 64 años, sobrepeso, diabetes y problemas cardíacos notorios desde muchos años atrás. No dejó herencia alguna pues vivía de un modesto salario como psicólogo escolar.